El éxito depende en saber gestionar el ancho de banda de tu cerebro

Actualmente el ser humano está conectado a un sin fin de dispositivos, aplicaciones e interfaces para poder interactuar con el mundo: el trabajo, la familia, los emprendimientos, las redes sociales, los amigos, compra y venta de bienes o servicios, etc. Justamente la tecnología vinculada a los dispositivos que utilizamos hoy en día ha crecido en prestaciones a lo largo de los últimos 50 años como nunca antes había sucedido en la humanidad y para entender este crecimiento vamos a hablar de potencia, la velocidad y simultaneidad.

Para hablar de potencia debemos entender la Ley de Moore, que establece que las velocidades del procesador o la potencia de procesamiento se duplica cada dos años. Si bien la Ley de Moore es empírica y de alguna manera tiene un límite físico, nos permite entender que en los últimos 26 años la cantidad de transistores de un chip se ha incrementado 3200 veces. Por eso no es extraño que en 2004 la industria de semiconductores produjo más transistores que la producción mundial de granos de arroz. Hoy en día un solo procesador puede llegar a tener 700 millones de transistores, con lo cual puede procesar varios millones de instrucciones por segundo y gestionar varias aplicaciones al mismo tiempo en nuestras computadoras.

Tecnológicamente no sólo hubo un incremento en función de la potencia, sino también de la velocidad. A finales de la década de los 60s, se concretaba al precursor de Internet que llegó a conocerse como ARPANET y en 1993 la introducción de la World Wide Web (WWW) marcó un antes y un después, dado que impulsó de forma masiva el acceso a lo que hoy llamamos Internet y a raíz de esto fueron incrementando las redes de banda ancha que nos permitió evolucionar del modem casero de 56 kbps (ufff! que nostalgia) a servicios que pueden brindar conectividad incluso hasta 100 Mbps en el hogar. Las Redes de Área Local (LAN) inicialmente partieron con velocidades muy limitadas (2,85 Mbps) y hoy en día a través del estándar Ethernet (802.3) que fue evolucionando de manera constante podemos alcanzar velocidades de hasta 10 Gbps y a través de la fibra óptica se puede alcanzar una velocidad de hasta 160 Gbps e incluso más.

Otro cambio que hemos experimentado en los últimos 14 años fue la introducción del smartphone desde la aparición del Iphone en 2007 y posteriormente un sin fin de marcas, modelos, características y precios que permiten al ser humano acceder a una gran variedad de aplicaciones, información y datos de manera simultanea e inmediata. Adicionalmente debemos tomar en cuenta que las personas poseen más de 1 dispositivo por lo general, están conectadas simultáneamente desde su computadora, su smartphone, su tablet y hoy en día incluso desde su automóvil, lo cual genera que estemos bombardeados de notificaciones tipo push (nuevo correo, cumpleaños de un amigo de Facebook, promociones de comida, resultados deportivos, noticias, etc) y al mismo tiempo el acceso bajo demanda de los usuarios a contenidos populares en redes sociales muy en boga como ser Instagram o Tiktok, videos en Youtube, películas o series a través de streaming y así sucesivamente esto no parece acabar.

Por lo tanto, su multiplicamos la potencia, la velocidad y la simultaneidad que está a nuestro alcance en este momento, el resultado es altamente exponencial, lo cuál no es directamente proporcional con el comportamiento de nuestro cerebro moderno que sigue siendo casi el mismo desde hace 100.000 años. Hace 25 años el periodista y divulgador científico danés Nørretranders publicó su libro The User Illusion, sobre las capacidades del ser humano, en el que explica que constantemente estamos expuestos a 14 millones de bits de información por segundo, pero si tomamos en cuenta que el ancho de banda consciente que posee nuestro cerebro es apenas de 16 bps, resulta descomunal la relación entre la información que ingresa y la que podemos procesar.

Tal como menciona Satya Nadella, CEO de Microsoft, «El bien más escaso será la atención humana», y como muestra de eso existen estudios que indican que la atención humana promedio ahora es de 8 segundos, por lo tanto, vamos un poco mejor que los peces dorados para prestar atención a las cosas. Sumado a esto, mientras trabajamos estamos expuestos a interrupciones de entre 4 y 12 veces cada hora, lo cual en el mejor caso genera un promedio de una interrupción cada 15 minutos. Estas interrupciones pueden ser alertas de correo, notificaciones del celular, redes sociales, llamada telefónica, reuniones, aplicaciones del chat empresarial o algún colega que paseaba justamente por tu oficina (quizás esto último haya disminuido por la pandemia).

Queda claro que la potencia, la velocidad y la simultaneidad que nos proporciona la tecnología actual, en teoría nos debería permitir aumentar la productividad trabajando en cualquier momento, desde cualquier lugar y desde cualquier dispositivo, pero no nos debemos olvidar lo que verdaderamente ha sucedido: nuestra capacidad de enfoque se ha reducido drásticamente, debido a que no hemos sabido gestionar todas las variables entorno a la tecnología y lo humano, lo cual nos ha convertido en que seamos seres multitarea. La cuestión no está en ser luditas y oponernos a la tecnología, sino mas bien en saberla utilizar sabiamente a nuestro favor para lograr una mayor productividad y satisfacción en nuestras tareas cotidianas, para lo cual cada día debemos tener claro qué es lo que queremos lograr para también saber decir «no» a todo aquello que nos puede alejar de nuestras metas y nuestros compromisos. Básicamente es como crear filtros que nos permitan clarificar en lo que debemos prestar atención en este momento y en lo que no.

El éxito de las personas y de las organizaciones actuales está en saber hacer foco en lo que realmente importa y saber administrar el ancho de banda de trabajo adecuadamente.

Escrito por Orlando Mendieta

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